Acá por los rumbos balseños de Huetamo, las charlas de diablesca, chanequería, brujos, fantasmas y otras gustadas fantasías es el pan nuestro de cada día, y de eso nadie se espanta, pero a veces cuando uno ya ve de cerquita el “petate del muerto”; chingaos, como que al cuerpo le da por sentir alferecía, calenturas y resfriados, la mayoría de las veces por culpa del temible mosco Aedes aegypti, mejor conocido entre la brava raza terracálida como vulgar zancudo, sólo queda aguantar las temperaturas cuartanas acostumbradas y acudir al Centro de Salud, en busca de recuperar la sanidad, y como respuesta piadosa se entrega un paracetamol y un gentil que le vaya bien, receta típica salubritaria de la SSa Michoacán.
Pero cuando las cosas suben de color y de los cuentos del fogón de
medianoche se pasa a hechos reales, entra en cuestión el tema de si es verdad
que existe el diablo o los famosos “chaneques” que por siempre se aparecen en
los arroyos de Huetamo y de los que dan cuenta hasta viejos testimonios de
tiempos de la Colonia, cuando en esta región huetameña brujos, chamanes y
“saurines” fueron perseguidos por la Santa Inquisición, y no faltó uno de esos
personajes que fue llevado a la Ciudad de México, desfilar por las calles con
el sanbenito y terminar sus días en un cañaveral de Cuba, por eso, frente a la
realidad de los tiempos que se viven en Michoacán, jala el interés por conocer
más sobre quiromancia, las cartas, los poderes sobrenaturales, y al final uno
se encuentra al escritor alemán Goethe, y de inmediato el lector se sumerge en
lecturas que en otros tiempos fueron oscurantistas, pero que en la actualidad
todo mundo puede leerlas. Y justo leyendo y releyendo al alemán Goethe, llama la
atención uno de sus capítulos, que por su relevancia actual ponemos a su
consideración en esta columna: “La primera parte de Fausto es una historia compleja. Se sitúa en múltiples lugares, el
primero de los cuales es el cielo. Mefistófeles hace un pacto con Dios: dice
que puede desviar al ser humano favorito de Dios (Fausto), que está esforzándose
en aprender todo lo que puede ser conocido, lejos de propósitos morales. La
siguiente escena tiene lugar en el estudio de Fausto donde el protagonista,
desesperado por la insuficiencia del conocimiento religioso, humano y
científico, se vuelve hacia la magia para alcanzar el conocimiento infinito.
Sospecha, sin embargo, que su intento no está obteniendo resultados. Frustrado,
considera el suicidio, pero lo rechaza cuando escucha el eco del comienzo de la
cercana Pascua. Va a dar un paseo con su ayudante Wagner y es seguido a casa
por un caniche vulgar. En el estudio de Fausto el caniche se transforma en el
diablo. Fausto hace un trato con él: el demonio hará todo lo que Fausto quiera
mientras esté en la tierra, y a cambio Fausto servirá al demonio en la otra
vida. El trato incluye que, si durante el tiempo que Mefistófeles esté
sirviendo a Fausto éste queda complacido tanto con algo que aquel le dé, al
punto de querer prolongar ese momento eternamente, Fausto morirá en ese
instante. Al pedirle el diablo que firme el pacto con sangre, Fausto comprende
que éste no confía en su palabra de honor. Al final, Mefistófeles gana esta
disputa, y Fausto firma el contrato con una gota de su sangre. Sobre el tema,
recordamos que hace algunos años, dos candidatos a una diputación local, uno de
Carácuaro y otro de Huetamo, decidieron invocar a su santo favorito para ganar
esa elección, de tal modo que el de Carácuaro, en este caso, Israel Tentory,
solicitaba los favores de la Virgen de San Lucas, mientras que su rival se
inclinaba por el Cristo Negro de Carácuaro, y en una situación sin precedentes,
sería Tentory el afortunado ganador que llegó a una curul, y como es costumbre,
debió acudir al santuario sanluqueño a pagar una manda. En fin, todo es de
acuerdo al color del cristal con que se mire.
Ángel Ramírez Ortuño
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