jueves, 17 de enero de 2013

Feria: negociaciones ventajosas



Cierto, la Feria de Zitácuaro, la “fiesta principal”, había venido a menos. Pero no fueron ni el frío ni las lluvias “atípicas” (que siempre han existido) las responsables del declive. Los factores son muchos; entre ellos hay que darle su mérito a las últimas administraciones, que han visto en el evento la oportunidad de hacer negocios particulares.

Además de la improvisación y la desorganización que ha imperado en los últimos años, la feria, que llegó a ser considerada de las mejores en el estado, fue víctima de la corrupción de las propias autoridades, que la tomaron como un botín.
En los últimos diez años hemos sido testigos de cómo los alcaldes en turno negociaban contratos con empresarios y empresas cerveceras y refresqueras, a las que se vendían contratos de exclusividad.
Hace una década, Silvano Aureoles Conejo entregó la concesión a Corona por varios años, a cambio de dinero para construir las instalaciones del palenque. Aparentemente, el recurso le fue entregado, pero la obra no se concluyó. Nunca se explicó por qué los trabajos quedaron inconclusos y a dónde fueron a parar los fondos.
Una característica principal de los negocios que hacían las autoridades a la sombra de la feria fue la falta de transparencia; es decir, nunca se entregaban cuentas, a pesar de que había (¿hay?) un reglamento que así lo establecía.
Si bien Silvano no entregó cuentas, su sucesor, Leopoldo Martínez, ni terminó el palenque, ni respetó los derechos de exclusividad vendidos a la cervecera y negoció los suyos propios con otra empresa.
Desde antes de asumir la presidencia, Martínez Ruiz vendió algunos espectáculos y después los revendió cuando ya estaba en el poder. Obvio, nunca entregó cuentas de este dinero.
Antes de Silvano, Armando Ruiz Santana también le metió mano a la feria y entregó concesiones (baños, estacionamiento) a amigos, parientes y socios; en muchas ocasiones a cambio de nada, para que hicieran sus propios negocios.
Con Antonio Ixtláhuac las condiciones cambiaron un poco. Llegó el tiempo en el que las condiciones de seguridad dificultaron la realización de espectáculos y ahuyentaron a la gente.
A pesar de ello, se continuó con el manejo discrecional de la feria, que no cesó ni cuando Sonia Rivas Espitia fue encargada provisional de la alcaldía. Ella tampoco dejó ir la oportunidad de hacer sus “negocitos” al amparo de la fiesta. Y, claro, no hubo cuentas claras.
Irónicamente, las escasas veces que la feria fue entregada para su organización a ciudadanos, quienes conformaron verdaderos patronatos que al final rendían cuentas, era cuando mejor se realizaba el evento.
Este manejo discrecional de la feria fue el que acabó con el negocio. Ello, la sensación de inseguridad y, sí, en cierta medida el frío y la lluvia, minó la confianza de la gente en su fiesta.
Para la historia quedaron esas grandes carteleras de toros, jaripeos, espectáculos y artistas de renombre que protagonizaban la Feria de Zitácuaro. Eran eventos que atraían no sólo a los habitantes del municipio, sino a cientos de visitantes de otras ciudades, incluso, de estados cercanos.
Era una verdadera fiesta, que contagiaba a todos; un éxito que dejaba una importante derrama económica, producto de las taquillas, del consumo, el hospedaje, la comercialización de verdaderos productos.
Todo eso se acabó. Incluso, el año pasado, la feria fue un evento poco atractivo para numerosos ciudadanos, que decidieron mejor no ir. Ahora, una solución drástica es cambiarla para una fecha en la que haga menos frío (aunque también es en invierno). ¿Será?
Ricardo Rojas

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